No tenemos monjes tibetanos
que prendan incienso y toquen campanadas
sólo un viento arrastrando
el olor de los difuntos
esparcidos en el campo santo
en disposición de damero
apilándose uno sobre otro
para que este viento ancestral
avive el fuego que ilumina nuestras manos:
así debe ser la llegada de la muerte.
No tenemos monjes tibetanos
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